21 de diciembre de 2016

«Voces del pensamiento (III). La actualidad de la hermenéutica.»


En los canales que tiene la UNED en Youtube se pueden encontrar vídeos muy interesantes. Aquí se puede ver, por ejemplo, un coloquio filosófico sobre Gadamer y la hermenéutica. Del cual me he quedado con una frase del profesor Félix Duque:
"La filosofía no está para resolver problemas sino para hacer ver que hay problemas ahí dónde los demás no los ven."

 

Para solucionar los problemas necesitamos la razón práctica o instrumental que desemboca en la ciencia, la tecnología, el activismo y la acción política. La razón teórica sirve para que podamos reconocer y distinguir entre categorías —lo correcto, lo verdadero, lo bueno— a la hora de analizar la realidad, pero no puede aportar remedios prácticos por sí sola.

14 de noviembre de 2016

Sesgos cognitivos




Nuestro cerebro está obligado a tomar decisiones constantemente para conseguir la supervivencia y desarrollo de nuestro organismo. Para ahorrar tiempo y energía a la hora de toma dichas decisiones surgen las tendencias, las costumbres, los hábitos, la inercia. Esto es, los prejuicios. Esto facilita la eficacia y el éxito a la hora de decidir con rapidez en la vida cotidiana, pero también facilita el error y el auto-engaño.

Una entrada en el blog de psicología El Efecto Galatea nos aporta una infografía para reconocer algunos de los sesgos cognitivos más habituales en el día a día.

17 de octubre de 2016

Ética y moral son sinónimos



Por lo visto, existe cierta controversia sobre si los términos ética y moral son sinónimos o hacen referencia a cosas distintas. Me ha sorprendido ver que algunas personas aseveran que son cosas distintas, porque esto no se ajusta a mis lecturas y estudios sobre filosofía, en los que nunca se visto que se estableciera que cada uno de los términos se adscribieran a conceptos distintos.

Si no hacen referencia a cosas distintas, ¿por qué existen dos términos? Bueno, eso tiene una explicación que proviene de la etimología.

Según explican en la página Filópolis:

«La palabra ética proviene del griego êthos y significaba, primitivamente, estancia, lugar donde se habita. Posteriormente, Aristóteles afinó este sentido y, a partir de él, significó manera de ser, carácter. Así, la ética era como una especie de segunda casa o naturaleza; una segunda naturaleza adquirida, no heredada como lo es la naturaleza biológica. De esta concepción se desprende que una persona puede moldear, forjar o construir su modo de ser o êthos.

¿Cómo se adquiere o moldea este êthos, esta manera de ser? El hombre la construye mediante la creación de hábitos, unos hábitos que se alcanzan por repetición de actos. El êthos o carácter de una persona estaría configurado por un conjunto de hábitos; y, como si fuera un círculo o una rueda, éste êthos o carácter, integrado por hábitos, nos lleva en realizar unos determinados actos, unos actos que provienen de nuestra manera de ser adquirida.

La palabra moral traduce la expresión latina moralis, que derivaba de mos (en plural mores) y significaba costumbre. Con la palabra moralis, los romanos recogían el sentido griego de êthos: las costumbres también se alcanzan a partir de una repetición de actos. A pesar de este profundo parentesco, la palabra moralis tendió a aplicarse a las normas concretas que han de regir las acciones.

Así, pues, desde la etimología, hay poca diferencia entre ética y moral: una y otra hacen referencia a una realidad parecida.»

Desde el punto de vista etimológico no son parecidos; son lo mismo. Los griegos y los romanos usaban ambas palabras para referirse a la misma entidad. Nuestro idioma recoge ambos términos porque nuestra herencia cultural es grecorromana. Grecia y Roma son los referentes culturales de nuestra civilización.

Esto coincide con lo que relata Ferrater Mora en su conocido Diccionario de Filosofía:

«MORAL se deriva de mos, costumbre, lo mismo que 'ética' de ήθος y por eso 'ética' y 'moral' son empleados a veces indistintamente. Como dice Cicerón (De fato, I, 1), "puesto que se refiere a las costumbres, que los griegos llaman ήθος, nosotros MOR solemos llamar a esta parte de la filosofía una filosofía de las costumbres, pero conviene enriquecer la lengua latina y llamarla moral".»

No hay ninguna razón basada en la etimología, la historia y el origen cultural que justifique establecer una diferencia entre ambos. 

Según la Wikipedia:

«Varios autores consideran como sinónimos a estos términos debido a que sus orígenes etimológicos son similares, aunque otros no consideran a la moral y la ética como lo mismo, como es el caso del filósofo español Gustavo Bueno. Algunas posturas conciben la ética como el conjunto de normas sugeridas por un filósofo o proveniente de una religión, en tanto que a «moral» se le designa el grado de acatamiento que los individuos dispensan a las normas imperantes en el grupo social. No todos acuerdan con dicha distinción, y por eso es que en un sentido práctico, ambos términos se usan indistintamente, y a menudo no se distingue entre los dos conceptos, haciéndolos equivalentes.»

Esa diferencia pretende sostener que ética es la moral que proponen los filósofos y que la moral es la ética que establece la sociedad. Es decir, esencialmente nos seguimos refiriendo a lo mismo; sólo cambia el fundamento que pretende establecer el código de conducta imperativo. Así nos recuerdan en la página Ética En Docentes De Matemática:

«A menudo se utiliza la palabra “ética” como sinónimo de lo que anteriormente hemos llamado “la moral”, es decir, ese conjunto de principios, normas, preceptos y valores que rigen la vida de los pueblos y de los individuos. La palabra “ética” procede del griego ethos, que significa originariamente “morada” “lugar en donde vivimos” pero posteriormente pasó a significar “el carácter”, el “modo de ser” que una persona o grupo va adquiriendo a lo largo de su vida. Por su parte el término “moral” procede del latín “mos, moris”, que originariamente significa “costumbre”, pero que después pasó a significar también “carácter” o “modo de ser”. De este modo, “ética” y “moral” confluyen etimológicamente en un significado casi idéntico: todo aquello que se refiere al modo de ser o carácter adquirido como resultado de poner en práctica unas costumbres o hábitos considerados buenos.»

Lo que ha sucedido al parecer es que la simple existencia de dos palabras distintas ha conducido a la suposición de que deben referirse a cosas distintas; pero no es así. Se refieren a lo mismo. Otra cosa es que algunos decidan ahora usarlas con significados distintos; pero no tenemos por qué respetar esa decisión ya que es arbitraria, injustificada y es consecuencia de ignorar la historia de los términos implicados. 

El argumento más habitual que se expone para intentar diferenciar entre ética y moral señala que la ética es teórica y que la moral es práctica; pero esto es lo mismo que decir que la ética es la reflexión sobre la moral y que la moral es la aplicación de la ética. De nuevo nos encontramos con que estamos haciendo referencia a lo mismo y que han divido los términos para señalar distintos aspectos de una misma cosa.

No hay ética que no prescriba una práctica y no hay moral que no implique razonamiento, así que esa distinción entre teoría y práctica no justifica distinguir entre ética y moral, puesto que ambos contienen por igual teoría y práctica. Me parece correcto distinguir entre los distintos aspectos de una misma cosa, pero no me parece correcto inventarse los significados de términos ya establecidos cambiando su definición original sólo por nuestro capricho.

Otro argumento señala que la ética es el estudio filosófico de la moral; pero esto es lo mismo que decir: la filosofía moral. La reflexión filosófica sobre la moral es filosofía y, por eso, se habla de la filosofía de la moral o filosofía moral. A lo largo de la historia, ningún filósofo ha establecido o razonado que existiera una diferencia entre ética y moral. Al menos, ninguno de los filósofos conocidos dentro de la tradición del canon occidental. No conozco las obras de todos los filósofos, si bien no me extraña que alguno relativamente reciente, como es el caso de Gustavo Bueno, se hubiera apuntado a esa moda de empeñarse en distinguir lo que es indistinguible.

No hay una diferencia esencial entre ética y moral; son sinónimos. Lo único que hay es un empeño irracional por diferenciar entre ambos términos, sin ninguna razón objetiva que justifique esa diferencia. Este empeño es irracional porque ignora la historia de los términos e ignora el principio de simplicidad [conocido también como principio de parsimonia o principio de Ockham] que proscribe aumentar la complejidad sin una razón suficiente que lo justifique; y esa razón no existe en este caso.


En lugar de comprender que ambos términos hacen referencia a lo mismo, y que ambos están presentes porque nuestra cultura tiene dos herencias originarias —Grecia y Roma—, algunas personas se empeñan en inventarse una diferencia inexistente e innecesaria e injustificada entre ambos; ignorando así toda la historia de la filosofia, en la que nunca se estableció una diferencia conceptual entre ambos. De la ignorancia nunca se puede obtener conocimiento y sólo se obtiene más ignorancia.

A veces sucede que para describir determinados aspectos de la ética/moral usamos sólo uno de los términos de forma habitual. Por ejemplo, hablamos de moralidad en lugar de eticidad, para expresar la capacidad de comprender y actuar moralmente. Pero esto no sucede así porque ética y moral se refieran a fenómenos diferentes —puesto que hacen referencia a lo mismo— sino sólo por costumbre. De hecho, el término moral es el más habitualmente usado porque nuestra lengua proviene directamente del latín, mientras que los términos griegos están menos presentes y suelen ser usados en muchas ocasiones sólo dentro de un contexto culto y no coloquial.

Pretender una diferencia entre ética y moral es como insistir en que hay una diferencia entre términos como perro y can, o entre Júpiter y Zeus, cuando sabemos que hacen referencia a lo mismo. Es el resultado de ignorar la historia de nuestra lengua y la historia de la filosofía. Como así concluye Gustavo Ortiz Millán en su propio ensayo sobre la distinción entre ética y moral:

«[...] a menos que estos términos vayan acompañados de una teoría normativa o de una justificación más amplia, por sí mismos no pueden justificar que la conducta ética sea superior a la moral o viceversa, y que debamos comportarnos o vivir nuestra vida de un modo llamado “ético” y no de otro llamado “moral”. Si esto es así, entonces no es claro por qué se insiste en estipular un determinado uso para cada uno de estos términos, pretendiendo que algo importante depende de la estipulación. Fuera del ámbito de la teoría que haga la distinción, nada importante depende de una estipulación terminológica como ésta… ni ética ni moralmente hablando.»

5 de julio de 2016

Activismo y filosofía




El concepto de filósofo no implica ninguna acción social transformadora, mientras que el concepto de activista sí lo implica. Hay filósofos que han hecho activismo, pero ambas tareas son independientes. Del mismo modo que hay activistas que también han ejercido una labor filosófica. Pero son dos cosas distintas.

No me refiero a que haya unas teorías filosóficas más realistas o más abstractas que otras; sino que nos referimos a por un lado a la filosofía como tal — reflexionar analíticamente sobre la realidad— y, por otro lado, al activismo —actuar sobre el mundo para cambiarlo de acuerdo a unas ideas.

Por esta razón soy activista, y no filósofo. Si bien, el activismo debe estar supeditado al análisis filosófico, como cualquier actividad racional.

El filósofo no tiene por qué hacer nada por cambiar la sociedad. Su tarea es reflexionar profundamente sobre el mundo; sin tener que añadir nada más. 

Si bien muchos filósofos fueron activistas también: Platón, Marx, Sartre. Y hay activistas a los que no se les considera filósofos pero que están entre los pensadores más interesantes de nuestro tiempo: Thoureau, Tolstoi, Gandhi, Martin Luther King,...



16 de junio de 2016

El mal no siempre es la causa del mal






Un artículo muy interesante en la revista Letras Libres titulado «¿Por qué hay tantos traidores en la izquierda?» advierte, acertadamente a mi entender, sobre esa cuestionable tendencia a creer que si otros hacen algo malo entonces automáticamente lo hacen por maldad o son malas personas.

A menudo se presupone que si alguien hace algo malo entonces tiene que ser motivado por maldad, por mala intención, y no por equivocación o por simple prejuicio. Sin embargo, la mayoría de males se cometen creyendo que uno hace lo que está bien o ignorando que haya algo malo en ello.

Debemos contemplar la posibilidad de que cometemos un error cuando juzgamos automáticamente una conducta errónea como sinónimo de maldad. La maldad significa que alguien hace algo malo siendo consciente de que eso que hace es un mal y decide realizarlo voluntariamente. 

En esta línea, el denominado principio de Hanlon señala que no se debería atribuir maldad cuando un suceso puede ser mejor explicado apelando a la estupidez. En este caso, ya se acepta que quizás no seamos malvados sino que quizás hacemos el mal porque somos tontos.

Y planteo yo, ¿por qué necesariamente apelar a la estupidez si pudieran darse otras causas?

Las malas conductas no sólo pueden ser consecuencia de maldad o de la estupidez, sino que también pueden ser el simple fruto del error de una persona que no es mala ni tiene un problema de inteligencia.

Entendemos que un acto es un mal porque causa un daño injustificado y es algo que no deberíamos hacer. Pero el mal no implica necesariamente maldad. Podemos cometer actos que son malos sin que seamos conscientes de que lo son.

Cuando cometemos un error al sumar números decimos que hemos hecho algo que está mal, pero no queremos decir que lo hayamos cometido de forma deliberada con la intención de hacer algo que sabemos que está mal y que deseemos causar un daño.

El mal puede ser causado por un error de cálculo, o por un error de conocimiento, o a causa de un engaño, o por un error debido a la educación o el contexto social en el que hemos vivido.

Por tanto, que alguien cometa un mal no implica necesariamente que sea malvado.

Se pueden cometer males debido a la estupidez, es decir, a la falta de inteligencia para darnos cuenta del daño que cometemos. Sin embargo, todos hacemos estupideces en alguna ocasión y no por eso nos consideramos estúpidos; así que quizás atribuir estupidez sea a menudo un juicio tan erróneo como atribuir maldad.

Alguien puede hacer el mal debido tal vez a que está equivocado o a que ignora que lo que hace está mal; por haber sido engañado o adoctrinado, o por un estar en posesión de información errónea.

Si en lugar de juzgar a una persona intentáramos comprender las verdaderas causas que motivan su conducta, no sólo rebajaríamos el odio y la hostilidad contra otras personas sino que quizás podríamos resolver el mal de forma más efectiva.

10 de febrero de 2016

Una observación sobre el pesimismo



«El pesimismo, entendido como pensamiento negativo o desesperanzado, es mucho más antiguo de lo que puede parecer. Sugiere que vivimos en el peor de los mundos posibles, y es una corriente que han apoyado algunas de las mentes más privilegiadas de la historia.» El Filósofo Loco

El problema central con el pesimismo, a mi modo de ver, es que se trata de una postura sesgada y arbitrariamente subjetiva.

El sufrimiento abunda en el mundo, es cierto, pero de la existencia del sufrimiento no se justifica deducir una condena del mundo. Para poder juzgar el mundo de forma imparcial tendríamos que apelar a un criterio que desde fuera del mundo nos permitiera valorarlo globalmente. Pero fuera del mundo no hay nada, por definición.

Además, el placer y la felicidad también abundan igualmente, ¿por qué deberíamos condenar el mundo por la existencia del sufrimiento en lugar de celebrarlo por la existencia del goce?

El pesimista sólo puede argüir que él no desea el sufrimiento y quiere su eliminación. Pero eso es un simple deseo personal y no un criterio moral que justifique racionalmente una condena sobre el sufrimiento o sobre la existencia en general.

Los pesimistas acusan a menudo a los optimistas de adoptar una postura sesgada que hace prevalecer el aspecto positivo de la existencia sobre el negativo —y pueden tener razón— pero la suya propia no es menos sesgada y subjetiva que el propio optimismo.

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